Al final todo el mundo buscamos reflejos. Nuestra imagen en
los ojos del otro. Hablamos habitualmente de cómo los niños se ven a través
nuestro, de la importancia de devolverles una imagen positiva, agradable,
digna de amor, de ellos mismos, porque así aprenden a verse. En nuestros ojos,
nuestras miradas, nuestros sentimientos hacia ellos.
Y también se nos llena la boca de lo ideal que es no mirarse
en otros ojos, en otras opiniones, en otras personas. De que no somos un
reflejo de nada, que somos entes enteros, perfectos en nuestra imperfección.
Que no necesitamos (o no deberíamos necesitar) vernos en nadie para sentirnos
bien.
Ojalá. Ojalá la teoría fuera de la mano de la realidad ¿O
no? Porque a mí me pasa, a veces, que quiero verme reflejada en otros ojos, en
otras mentes, en otras personas.
¿Quién no ha soñado despierto alguna vez con
que escriban ESE poema, ESE verso, ESA reflexión pensando en ti? No hablo de
amores románticos, hablo de la huella que dejamos.
¿Quién jamás ha necesitado verse imponente, saberse brillante, verse interesante, saberse
diferente, por ese reflejo que te devuelve otra mirada?
Hay mañanas, cuando una se mira al espejo y le devuelve la
imagen real, en que una no puede evitar mirar atrás y pensar en otras imágenes
que se vieron reflejadas en el espejo. No es un cualquier tiempo pasado fue
mejor. Es nostalgia de esas épocas en las que tu reflejo te decía que podías
lograrlo todo, que ibas a conseguirlo todo. Que el mundo estaba esperándote a
ti, y solo a ti, ahí fuera. Para que lo cogieras con ambas manos.
Perdonadme si estoy nostálgica, si no estoy optimista;
pero estoy en ese punto de la
encrucijada en que una se mira a los ojos y sobre todo lo demás ve ojeras,
pelos que necesitan urgentemente que alguien intervenga; piel apagada y sonrisa
esquiva. Que empieza a vislumbrar que hay tantas cosas que ya no serán que se hace difícil respirar. Que sabes que nadie girará la cabeza en la
calle al pasar, que nadie escribirá pensando en ti y que dudas de si tu
existencia marcará de alguna manera otras vidas, o si realmente pasarás por
ellas como una ligera brisa nada más.
Pero hay una cosa que si sé. Que cuando vuelva a casa, con
las ojeras más pronunciadas, calada hasta los huesos, cansada o desanimada, me
encontraré dos pares de ojos que, al menos durante un puñado de años, me
mirarán al llegar y me devolverán esa imagen que yo sola ya no puedo encontrar.
La de una mujer que todo lo puede; que todo lo cura, que todo lo sana. Cuya
sonrisa es LA sonrisa. Que con su sola presencia consigue llenar el espacio
enorme alrededor de dos pequeñas.
Aprovechemos ese tiempo para dejarnos llevar y mirarnos en
sus ojos. Para volvernos a creer que somos lo más importante del mundo y que
dejaremos huella queramos o no.