Me llegan noticias de que hoy, 29 de Junio celebramos el
Día Mundial del Sueño Feliz.
Justo ahora, en un momento en que quien
me conoce sabe que estoy pasando una época mala, mala de sueño, mala de
cansancio, mala de no dormir 3 horas seguidas. Parece que hubiéramos
retrocedido en el tiempo a cuando mi hija pequeña tenía dos meses y dormir 2
horas era motivo de fiesta.
Y hay días que entre despertar y despertar de la peque ya no
me duermo y doy vueltas, y más vueltas y me desespero, claro, como no, porque
todos somos humanos y no dormir es duro. Pero si hay algo que me parece mucho
más duro es sentirte abandonado. Y no cambio una hora de sueño más por uno de
esos famosos minutos de reloj de mi hija llorando sola en la cuna. Cuando finalmente cae rendida, relajada, buscando refugio en el hueco de mi brazo, y la miro, no cambiaría ese momento por nada en el mundo.
Yo no voy a basarme en estudios científicos, no voy a buscar
bibliografía acerca de las secuelas de dejar llorar a un niño para que “aprenda
a dormir” (curioso, si no supiese dormir no hubiera sobrevivido, pero a alguien
que esté berreando en su cuna no debe parecerle suficiente muestra de
vitalidad). Yo solo me baso en que lo que no quieras que te hagan a ti, no se
lo hagas a los demás.
Dejar llorar a un niño solo en la oscuridad no es ayudarle. No
es enseñarle nada. Bueno si, es enseñarle que no puede contar contigo cuando te
necesita. Dejar llorar a un niño en su
cuna reloj en mano es, simplemente, una crueldad.
Yo pasaré noches mejores, pasaré noches peores, pasaré
noches en vela (de esas, seguro, unas cuantas). Pero desde luego, mientras esté en mi mano, mis hijas no
pasaran noches sintiendo que sus padres no responden a sus llamadas. Mientras
yo pueda, ninguna de mis hijas sentirá angustia a la hora de irse a dormir.
Mientras ellas quieran y lo necesiten, mis hijas me tendrán siempre a su lado
cuando Morfeo quiera recibirlas en sus brazos.
Que tengáis buenas y felices noches,
Mamá Empanadilla
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