lunes, 16 de diciembre de 2013

No mires lo que pasó ayer

Yo no sé vosotros, pero yo tengo la manía de “engancharme” a veces con las cosas negativas que me pasan; o aún peor, con las cosas que no hago bien (o todo lo bien que yo querría hacer).

Pongamos un ejemplo simple. Pasas un día fantástico, sales a pasear, disfrutas del sol, de las niñas, de la compañía de amigos. Te ríes, juegas, en resumen: te lo pasas pipa. Y al llegar a casa, cansados todos, a alguien se le cruza el cable por una nadería. Y obviamente, como todos estamos cansados, nadie lo gestiona bien y acabamos los cuatro como el rosario de la aurora. ¿Os suena?


Y digo yo. ¿Por qué extraño mecanismo de la mente tenemos que quedarnos con el final? ¿Qué nos impide pensar: “vaya día estupendo que pasamos ayer”? En vez de eso, a menudo nos quedamos con el: con lo bien que íbamos y va y lo ESTROPEO todo. O estropeamos, para repartir culpas.

Y exactamente lo mismo con todo. A mí en particular con la crianza me pasa. Si un día resuelvo mal una situación con las niñas, parece que es que todo lo he hecho mal hasta ese momento. Pero no sólo eso, sino que me levanto y sigo pensando a veces lo que hice mal.

Pues no señores. No puede ser. Es que no es cierto. El día fue fantástico. El día estuvo genial. Nos enfadamos un ratito. Ya. Punto.  Y no, no lo hacemos todo mal. Simplemente a veces nos equivocamos.

Si en vez de eso nos estuviéramos comiendo un helado y al final se nos cayera al suelo… nos daría rabia, si, pero no nos pasaríamos el resto del día lamentándonos por el cachito que se nos cayó.

Así que yo me digo: no pienses en lo que pasó ayer. No mires hacia atrás para ver todos y cada uno de los fallos que tienes. Todo lo que hiciste mal y podrías haber hecho mejor.  Ni siquiera con la excusa de “aprender de los errores”. Si los tenemos grabados a fuego. Si cada vez que metemos la pata nos flagelamos como si fuésemos responsables de la Tercera Guerra Mundial. ¿De verdad nos hace falta recrearlos en la mente?

Hoy es otro día. Hoy es ya, hoy es ahora. Hay una nueva oportunidad para hacer las cosas bien, para hacerlas mejor, para sentirse a gusto.  Dejemos de pensar siempre en ayer, y empecemos a pensar en lo bien que lo vamos a hacer mañana. 

martes, 10 de diciembre de 2013

Sueños

Últimamente no dejo de darle vueltas a la palabra felicidad.

Estoy rodeada de anuncios que te animan a “vivir tu vida”. Frases en muros que te animan a “perseguir tus sueños”. Fotos con eslóganes recordándonos que hay que disfrutar de la vida, que hay que disfrutar del momento. Carpe Diem


Todo a mi alrededor parece que me está gritando: ¡cámbialo todo! ¡Sigue adelante! ¡Persigue tus sueños!

Y yo me pregunto: ¿cuáles son mis sueños? Todo el mundo parece saber lo que quiere. O lo que querría tener si pudiese. La gente habla de sus ilusiones, de las cosas que les gustaría emprender, lo que haría si, si, si…

Y yo no hago más que leer esas frases y buscar en mi cabeza ese “mi sueño” que todo el mundo parece tener. Esa gran cosa que haría si pudiese o tuviese tiempo o no estuviese cansada, o tuviese más dinero, o…

Llevo meses pensando todos los días en esto. La mayoría de los días me da el subidón cuando me repito a mí misma “tú puedes!” ; y la mayoría de las veces me da el bajón cuando pienso “pero yo puedo ¿qué?”.

Parece que tuviéramos que irnos a vivir al monte en soledad; o que tuviéramos que dejarlo todo para ir a dar la vuelta al mundo en velero. O que fuese necesario dejar el trabajo que tenemos para dedicarnos a hacer malabarismos en la calle para ser felices. O para cumplir con el "vive tu vida como tú deseas". 

Y fue esa frase, ese "vive tu vida" la que me hizo despertar.  Por fin, después de pensar, de buscar inútilmente a qué me podía dedicar yo para cambiar algo, me di cuenta.

 No necesito cambiar mi trabajo. No necesito dejar mis rutinas (que para eso son mías y me gustan). No necesito buscar grandes sueños lejanos que me tenga que inventar.  No quiero cambiar mi vida. Lo que realmente quiero es cambiar como la vivo.

Quiero estar contenta cuando salgo por la mañana a trabajar. Quiero llegar a casa con la sonrisa puesta. No quiero quejarme, quiero que cada momento sea diferente. Que hacer una tortilla de patatas sea una fiesta. Que sentarme en el sofá bajo una manta me recuerde que estoy en casa. Quiero volver a reírme a carcajadas, hasta que me duelan las costillas. 

Que cuando dentro de unos años mire hacia atrás no recuerde este tiempo como una zona gris.

Quiero que mis hijas crezcan felices, que recuerden a su madre como alguien que se reía, alguien a quien el día a día no le pesaba demasiado. Porque ellas nos miran y se miran en nosotras. Y  para ellas deseo simplemente eso, que sean capaces de vivir como ellas quieran. Y de ser felices.


Pero sobre todo, quiero dejar de buscar la felicidad ahí fuera. Porque no va a venir a buscarme. Porque nadie va a ayudarme a encontrarla.  Soy yo la que tiene la llave para abrirle la puerta. 

Y acabo de abrir las ventanas de par en par.