Pues vale,
pensaréis. Se ha roto la cabeza de pensar. Pues no es tan obvio, señores. O no
lo parece. Estoy harta de escuchar frasecitas del tipo: para que aprendan. Para
que sepan quién manda.
En concreto
estoy bastante cansada de escuchar las supuestas virtudes de la Supernanny y
cualquier otro coleguilla conductista. Ahora que está tan de moda, no hay día
que alguien no me haga referencia a ella y a como “funcionan” sus métodos. Que
sí, que lo que es funcionar, funcionan, si entiendes por funcionar que, dado
que no haces ni caso a los llantos de tu hijo, éste opta por dejar de llorar
(lo cual no quiere decir por supuesto que haya encontrado ninguna solución a su
problema, simplemente ha decidido que no
merece la pena mostrarte sus sentimientos, total, ¿para qué?). Es decir, si tu
objetivo es conseguir silencio, OK campeón, lo tienes hecho. Si tu objetivo es
conseguir que tu hijo haga lo que tú quieras sin cuestionarte nada, esta es tu
herramienta.
Ahora bien…si
tu objetivo es que tu hijo crezca confiando en la presencia incondicional de
sus padres… ahí amigo ya no estoy tan segura. Rarita que es una.
Yo no soy
pedagoga, no soy psicóloga, no soy maestra, no soy más que persona y madre. Y
eso no se hace. Hay cosas que no está bien hacerlas, por mucho que a través de
ellas consigamos lo que queremos, e ignorar los sentimientos de la persona más
importante de tu vida debería figurar entre ellas (insisto, rara que es una).
Otro de los
grandes “hits” son las caritas sonrientes/tristes, y los premios por buen
comportamiento. O sea, si la niña en cuestión se porta bien, le ponemos una
pegatina verde/sonriente. Si se porta mal, una roja o enfadada. Es que ni
siquiera entro a debatir qué es portarse bien o mal. Si recojo la mesa me gano
la cara sonriente. Pero si no la recojo, una imagen cabreada me mirará
constantemente desde el tablón colgado en el frigorífico todas las mañanas
recordándome que hace 3 días no quise poner el plato en la mesa. Y gracias a
ello, este fin de semana me quedo sin ir al circo. ¡¡¡Aaaaahhh!!! ya lo pillo.
O no… espera, es que no entiendo la relación entre poner la mesa e ir al circo…
Lo dicho, además de rara, cortita.
¿Para qué nos
vamos a molestar en buscar formas más constructivas de entender las
consecuencias de mis actos? Si esto es mucho más rápido. Estoy convirtiendo a
mi peque en una máquina recolectora de gomets verdes, oiga. Claro, que si
mañana le digo de repente que no recoger la mesa vale una cara sonriente y
recogerla una roja, el chiquillo en su afán recolector dudo mucho que se
planteara la coherencia de la norma.
Y no menos
importante… las famosas llamadas de atención. Fíjate que son bajitos pero
malévolos, parecen pensar algunos. Que cuando quieren que les hagas caso, van e
intentan que se lo hagas. Maquiavélico. Así que nada, la próxima vez que vaya
por la calle y oiga mi nombre, agacho las orejas, miro al suelo y aprieto el
paso. ¡Que alguien está tratando de llamar mi atención! Habrase visto tamaña
desfachatez. Ya se sabe ¡ni caso!.
Lo dicho, se
nos olvida que los niños son personas.
Bajitas, pues sí. Pequeñas, pues depende de cómo cuantifiques a la
persona, si por altura o por riqueza interior. Si es por lo primero serán
pequeños, pero si es por lo segundo a nuestro lado serían gigantes.
Yo cuando oigo
el tan manido: “Es que si le haces caso cada vez que llora, aprenderá que
siempre estás pendiente de él” o “Las vas a acostumbrar a que cada vez que
lloren allá vas tú”, siempre contesto que justamente ESO es lo que quiero que
aprendan mis hijas.
Que pase lo que pase, hagan lo que hagan, mamá estará a su
lado. Me parecerá bien, me parecerá mal, estaremos de acuerdo o discutiremos
por ello, pero siempre podrán contar conmigo.