martes, 28 de febrero de 2012

De colegios


Hace unos días tuve ocasión de escuchar una típica conversación de parque entre dos madres. Hablaban de colegios;  bueno, en realidad hablaban del supuesto nivel académico de los colegios. Que si del colegio X salían muy preparados, que si el colegio Y tenía unas medias en selectividad estupendas. Que a ver si nos cogen en X o Y, porque luego ya se sabe lo importante que son las notas para la selectividad… Me vuelvo y veo que el objeto de los desvelos de ambas madres están bastante más interesados en intercambiar la pala roja por el rastrillo verde (y a ser posible quedarse los dos) que  por las notas de X o Y.



Probablemente a la inmensa mayoría de la gente le resulte habitual e incluso normal la escena pero a mi me pone los pelos de punta. Estamos hablando de niños de 3 años!!! Y para ver qué colegio elegimos nos vamos a mirar las notas de Selectividad.  Muy apropiado. Sobre todo teniendo en cuenta que al ritmo que cambian las cosas en Educación hoy en día, a lo mejor cuando toque que los dueños del rastrillo vayan a la universidad no importa la nota que tengas sino lo que te puedas pagar.



No sé, quizá esté equivocada pero yo veo las cosas tan diferentes… Siempre me ha pasado. Cuando llegó el momento de que mi empanadilla A empezara el cole, nuestras inquietudes no eran qué notas sacaban los niños al terminar, ni  si el nivel de Lengua era alto o no.  He de reconocer que  a veces sentía como me miraban no sé si como a una extraterrestre o como a una madre desnaturalizada, porque no le daba importancia  a ese tipo de baremos.

Siempre digo que lo importante es un cole en el que tu hijo pueda ser feliz. Oye, quizá no lo consigamos, pero desde luego hay que intentarlo. Pasan tantas horas allí, es tan importante su primer contacto con el aprendizaje más “reglado” que ¿cómo puede ser que nos preocupemos más del nivel de inglés que de cómo los tratan en el día a día?.  En esta era en la que todos estamos tan (sobre)cualificados, parece que los conocimientos puramente académicos priman sobre todas las cosas.

Anécdota: para mi era crucial el tema de cómo manejaban el control de esfínteres. Me parecía básico que no fuera un cole en el que te llamaban para cambiar al niño, por ejemplo. O en el que aunque los cambiaran de ropa en caso de escape, dieran por hecho que a esa edad “ya tienen que controlar”  y si no incluso les riñeran. Mucha gente me comentaba eso de “bueno, pero eso es solo el primer año, no es algo tan determinante”. Sin embargo, a mi me parece justo lo contrario. ¿Cómo no va a marcar para siempre a un niño el que le dejen sin cambiar mientras viene su mamá a cambiarlo? A veces, como son pequeños, se nos olvida que sienten de manera inversamente proporcional a su tamaño.

No me importa si mi hija empieza a leer con 4,5 o 6 años. Pero sí me importa que si hay alguna dificultad la detecten a tiempo y podamos trabajarla en conjunto adaptándonos a ella. No me importa si mi hija escribe ya su nombre o no. Pero si me importa que le haga ilusión intentarlo. No me importa que mi hija no toque el violín. Pero si me importa que le permitan desarrollar el gusto por la música . No me importa que no sea bilingüe con 6 años. Pero si me importa mucho que adore a su profe de inglés. No me importa que vuelvan ella y su ropa llena de pintura todos los días; me encanta que experimente el gusto de pintar con las manos.


En definitiva no busco un lugar donde le enseñen muchas cosas a mi niña, sino un sitio en el que mi niña sea feliz aprendiendo a aprender


sábado, 18 de febrero de 2012

Cosas de niños y viejos



He tenido ocasión estos días de celebrar el cumpleaños de mi abuelo, y por ende, del bisabuelo de mis peques. Y como siempre que paso tiempo con alguien que cumple tantos años (y “peor es no cumplirlos”, como bien dice el susodicho) me da por pensar.

Siempre me ha fascinado el entendimiento espontáneo que se da a menudo entre niños y ancianos. Esos señores que discuten con sus hijos agriamente de política, que fueron estrictos cual sargento con los suyos cuando no se querían terminar (¡por favor!) el cocido, y que hoy día cambian con toda naturalidad una gorra por una galleta. Cierran un conflicto latente con “te cambio esta pintura por un caramelo chupado” y se quedan tan panchos. Total, ya no tienen que demostrar a nadie lo bien que lo hacen, o lo han hecho. Y oye, los peques se entregan totalmente. Es alucinante ver como acarician la mano del abuelo o como le dicen a la bisabuela: no te preocupes, que te vas a poner bien.

Otra cosa que me parece impresionante son los recuerdos. Mi abuela está adentrándose en esas neblinas de la memoria que a veces te dejan conocer al de enfrente y en ocasiones sólo te dejan ver lo que pasó hace tanto tiempo que parece mentira que sucediera. Esas trampas de la mente que hacen que en un momento esté hablando contigo y al rato esté preguntándole al de al lado “si esta chica tan maja no se tendrá que ir a su casa ya”. Siempre que me ve con la peque en la teta, uno de esos recuerdos de ayer vuelve a ella. A menudo me comenta con nostalgia que la teta es lo mejor. Que se acuerda perfectamente de cuando dio teta a mi tío (al resto no los nombra, cosas curiosas que tienen las nieblas); que le dio hasta “bien mayor”. Que estaban ellas cosiendo en la tenada y venía mi tío corriendo a pedir un chupito de teta. Y se ríe. Se nota que es un recuerdo cálido, guardado ahí dentro donde espero de verdad que no llegue la niebla a ser tan espesa jamás.

Y me hace reflexionar. Estamos hablando de un niño que corría jugando con sus amigos e iba a por teta. Vamos, que no tenía un año, ni dos. Y de una señora que le daba su ración de teta como lo más normal del mundo. Y de esto hace un porrón de años (no diré cuantos por si mi tío lee esto ;) Hoy en día, si te sacas una teta para dar de mamar a algún niño grande, parece que estés sacando una recortada. Sin embargo, si te la sacas en la playa es súper cool; siempre, claro, que no esté el niño cerca para engancharse de un salto, que pasa a ser obsceno.

Están locos estos romanos.

martes, 14 de febrero de 2012

¿Y de qué hablamos ahora?


Pues heme aquí, frente al ordenador y una página en blanco y con varias preguntas trascendentales.

1) ¿Qué hace una escribiendo un blog cuando nunca se había planteado escribir un blog?
2) ¿De qué se puede hablar en un blog cuando (insisto) nunca se tuvo intención de escribir un blog?
3) ¿Cómo acometer de una forma medianamente seria tamaña tarea cuando el título del blog de marras es “Mamá Empanadilla”? Lo primero que pensará alguien que aterrice aquí es que o bien soy una empanada de las de toda la vida (vamos, que no me entero de nada) o bien que soy una obsesa de las empanadillas. De cualquier forma no andará muy desencaminado… La historia detrás del título daría para una entrada entera pero lo dejaremos para otra ocasión.


Digamos que todo empieza con un reto virtual, y una que no sabe escuchar el “¿a que no puedes….?” sin empezar a liarse la manta a la cabeza, recoge el testigo y se lanza de cabeza a la piscina.

Digamos que se puede hablar de nada y de todo. De todo y de nada, vaya, que viene a ser lo mismo. De niños y madres, de amigos y amigas, de gente que no conoces pero a la que conoces más que a tus compañeros de infancia, de puentes que se tienden a lo largo de la red, de risas, de guiños, de tetas, de cómo sobrevivir a diario en días de 24 h cuando necesitas 37h, de empanadillas de chorizo, de bandoleras, de madalenas que hoy se llaman muffins, de San Valentín, de corazones y de vampiros… En fin, de la vida en general. Y de la crianza en particular.

Y digamos que va de recuperar costumbres olvidadas, oye, por qué no. A escribir lo primero que se te viene a la cabeza y releerlo, para no perder la costumbre de pensar.

Así que compañeras, aquí tenéis mi entrada para vosotras, mujeres hermosas, manitas, artistas, amigas, compañeras, caminantes, mamás, enfermeras, cocineras, cuidadoras, magas… en definitiva, MUJERES MARAVILLOSAS.

Os debo un fondo en condiciones. Os debo unas fotos. Os debo aprender a manejar esto.

Y por supuesto, unas empanadillas.